Por Jorge Santa Cruz
Un fotograma quemado en la sala de proyección,
la chispa que se extinguió antes de iluminar,
un eco que se desliza entre las sombras de otros.
Las miradas perdidas en agonías y amores rotos,
sus pesadillas crudas rozan lo que nunca seré,
y en ese instante, me pregunto:
¿qué papel habría jugado en esta locura de la vida,
si el destino no me hubiera dejado
como una nota al pie de una historia
que nunca se escribió?
Luego está Alicia, que sufre por la vida que lleva,
por los hijos, las cuentas, el “hubiera” que quema.
La veo debatirse entre sueños no cumplidos
y pienso, “¿Qué lograría yo,
si pudiera cruzar a ese lado y susurrarle al oído
que la vida es un juego de dados mal lanzados,
que no hay más razón,
que tan solo el azar nos amarra y nos suelta?”
Pero no puedo hacer nada, ni decir, ni hablar.
Soy un espectador de su enredo,
un qué-se-yo en la bruma de un mundo ajeno.
La verdad es que, si pudiera,
les daría mis no-vivencias,
mi eternidad de nada, mis ecos vagos.
Pero me quedo aquí,
en esta dimensión sin forma,
una variable invisible,
una posibilidad sin realización.
Por eso, aunque el dolor les arda,
aunque la vida les pese y les frustre,
aunque se sientan perdidos,
cada suspiro es más real que mi existencia.
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