Quizá esa sea la razón por la que las bibliotecas no se frecuentan y los libros no se venden hoy en día, no importa cuán interesante sean sus portadas. Encontrar una biblioteca o una librería ya es en sí una tarea ardua; imagínese encontrarla, llegar y tener que lidiar con caras, de las peores novelas escritas, las que nunca se publicarán, antes de husmear en títulos y portadas de novelas.
No es en defensa propia, pero los escritores se pueden dar el lujo de no ser atractivos físicamente, aunque la mayoría de ellos suelen ser extravagantes cuando deciden caminar por las calles metidos en sus personajes del momento, lo que lo hacen atractivos. El hecho de ser extravagantes hace desviar la atención a su físico, y concentra al observador en como procesa su materia gris. No es menos cierto que a los escritores que se les ve andar dando la impresión que le va bien, se ganan la vida atrayendo a personas sapiosexualmente (“término que, aunque no reconocido por la RAE, se utiliza para designar a aquellas personas que consideran a la inteligencia como el principal factor en la atracción sexual”).
El ser viene del pensamiento, y no por gusto los gestos de la fisionomía del rostro son oraciones que delatan a los sentimientos, de los que muchos carecen; irónicamente, los vendedores de libros no son la excepción con sus caras de tabla. Y mi pregunta es, ¿qué efecto le hacen las palabras estas personas, cuando las palabras solo debe iluminar el rostro del lector? Obesos/as, anoréxicos/as y acomplejados/as son los encargados de darnos la bienvenida a las bibliotecas y librerías, si es que se le puede llamar bienvenida a tal mala presentación.
¿Cómo es que todos los negocios del mundo se afinquen a la primera impresión, y el negocio de los libros no? Si bien es cierto que un libro no se debe juzgar por su portada, en verdad la primera imagen de un libro es la imagen de quien te lo vende. Los bares venden sus alitas de pollo grasosas y cerveza mala y cara gracias a sus chicas sexy.
Al entrar a una biblioteca uno debe tener la misma expectativa que la de ir a un desfile de moda, todo acerca de la belleza de la estética, y del conocimiento, donde todos los libros se venden por su imagen primero; entonces, los invitas a una copa de vino, y ves cómo piensan. Si la noche continúa o no, dependerá eventualmente de su intelectualidad, del texto y de quien lo lea.
La actitud de las vendedoras/res de libros o bibliotecarias/rios debe ser como dice la canción de Def Leppard: “Put some sugar on me”; literalmente, el azúcar, o el extra entusiasmo, lo pone quien vende el libro, como lo pone quien vende ropa interior de mujer, que uno imaginaría no necesita entusiasmo de más.
La experiencia de comprar un libro debe de estar tan llena de placer como cualquier otra experiencia. No importa que el libro comprado lo cerremos para pensar en esa chica que lo vendió. Al final, lo terminamos de leer, para volver a la librería o biblioteca para hablar con ella del libro, quizá comprar otro…
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